ELOGIO DE LA POLÍTICA

FESTINA LENTE

martes, 6 de julio de 2010

¿Qué país queremos para nuestros hijos?

Debemos dejar de lamentarnos por la crisis y empezar a construir en positivo. Para cambiar el modelo económico, hay que ver en qué podemos ser excelentes. Y ya lo somos en algunos sectores de alta tecnología

ANTONI ESTEVE

EL PAÍS - Opinión - 06-07-2010
Realizar un ejercicio de prospectiva, anticipar qué nos deparará el futuro y determinar la probabilidad de que se confirme esa previsión, incorpora siempre incertidumbre y la posibilidad de cometer grandes errores. En cambio, realizar un ejercicio de visión, lleva implícito el deseo de conseguir algo o llegar a ser algo de una forma concreta. Pues bien, de eso se trata. De visionar, por un momento, qué tipo de país heredarán las nuevas generaciones y, de este modo, intentar entre todos encontrar el camino para construirlo.

Me gustaría visionar, para un futuro cercano, un país donde la educación primaria, secundaria y universitaria incorporasen la capacidad y actitud de emprender como asignatura básica, fomentando desde edades tempranas, la iniciativa y la inquietud emprendedora en el sentido más amplio de la palabra. Huyamos de la percepción más simple que clasifica al emprendedor como el que apuesta por un nuevo negocio, e intentemos convertir en héroe nacional a toda persona capaz de generar cambios, de arriesgar en la puesta en marcha de proyectos, ya sean culturales, intelectuales, artísticos, científicos, sociales o empresariales, con el fin último de contribuir a la creación de valor para su entorno.

Un país donde las empresas, especialmente las empresas nacionales, se sintieran apoyadas por las instituciones y reconocidas por su capacidad para generar riqueza y promover el crecimiento económico y el desarrollo social. Un país donde la capacidad innovadora fuera valorada por la sociedad, más allá de retóricas repletas de lugares comunes y ejercicios voluntaristas basados en buenas intenciones pero carentes de un compromiso real. Un país con un ecosistema propicio, en un entorno donde el esfuerzo innovador, la inversión en la generación de nuevos productos y el riesgo que asumen las empresas fueran reconocidos y apreciados en su justa medida. Un país en el que los hechos acompañaran a las palabras y a las promesas, cuyos caminos tantas veces divergen.

Un país en el que la colaboración, el partenariado y las alianzas público-privadas no fueran vistas como rara avis o signo de debilidad de alguna de las partes, sino como la mejor manera de combinar talento, experiencia y capacidad en un engranaje que proporcione beneficios para todos, sin que nadie tenga que perder para que alguno gane. Se trata de aunar esfuerzos, sumando compromisos de todas las partes: agentes sociales, gobernantes, políticos, empresarios, ciudadanos y sociedad en general, que quieran compartir un proyecto, un país, para superar los enormes retos a los que nos enfrentamos. En definitiva, debemos entre todos, reforzar aquello que nos une, que es mucho más que lo que nos separa, y que nos permitirá avanzar.

Podría enumerar muchos otros deseos para ese futuro que me gustaría vislumbrar cercano, pero la realidad se impone y para iniciar el camino hacia él debemos dejar de lamentarnos por la crisis que nuestro país vive y empezar a construir en positivo.

España ha sido, hasta hace no mucho tiempo, destino preferente para las inversiones de muchas compañías multinacionales que, atraídas por los bajos costes laborales y las fuertes expectativas de crecimiento, se implantaron, proporcionando bienestar, trabajo y recursos a un país que se encontraba a la cola de la Unión Europea en los principales indicadores socio-económicos. Posteriormente hemos vivido muchos años en una creciente prosperidad y más recientemente, potenciada por una burbuja inmobiliaria de un tamaño espectacular, en la que todos nos sentíamos cada día más ricos, con más patrimonio, cuando en realidad estábamos cada vez más hipotecados y más endeudados, individual y colectivamente. Y un día la burbuja explotó, poniendo al descubierto, con toda la crudeza de cuatro millones de parados, la imperiosa necesidad de un cambio radical de modelo económico que permita afrontar el futuro con ciertas garantías de éxito.

España debe definir y clarificar qué tipo de país desea ser. Especialmente en los momentos de dificultades que estamos atravesando y al no poder apoyar a todos los segmentos económico-empresariales, nuestros representantes políticos deben analizar en qué podemos ser excelentes e identificar qué sectores actúan como locomotora del avance científico-tecnológico, sin duda una de las vías de competitividad futura de cualquier nación, y apostar fuertemente por ellos. Por supuesto, todo ello sin olvidar nuestro tradicional atractivo como destino turístico de primer orden y con la fuerza que nos da un idioma que es el segundo más hablado en el mundo.

El modelo de crecimiento español necesita reorientarse hacia sectores intensivos en innovación y conocimiento en los que también tenemos ventajas importantes, porque, aunque haya alguien a quien le parezca sorprendente, en España ya existen sectores de alta tecnología, intensivos en investigación y desarrollo que cuentan con fuerte implantación empresarial tanto a escala nacional como internacional.

Esto es, no se trata de inventarse una nueva industria de la nada, sino de creer, potenciar y apostar por el desarrollo de lo que ya tenemos. Disponemos de importantes candidatos entre estos sectores de vanguardia, como por ejemplo la industria farmacéutica. Una industria que, a su vez, forma parte de un ecosistema más global formado, entre otros, por centros públicos de investigación, una red hospitalaria de primer nivel internacional, una eficiente red asistencial sanitaria (médicos y farmacéuticos), universidades de reconocido prestigio y, sobre todo, talento.

Por mi conocimiento acerca de esta industria farmacéutica, permítanme que les dé algunos datos al respecto, adicionales a su misión per se que es la de aportar nuevos medicamentos a la sociedad: i) la industria farmacéutica es líder en investigación en España, al ser responsable de más del 20% de toda la I+D privada de nuestro país; ii) su productividad supera la media de la industria manufacturera española en más del 100%; iii) realiza exportaciones de más de 8.100 millones de euros al año, que la sitúan en el cuarto lugar de los sectores exportadores; iv) cuenta con un volumen de empleo directo, indirecto e inducido superior a los 200.000 profesionales, la mayoría de elevada cualificación técnico-científica, y v) es responsable del 50% de todo el Valor Añadido Bruto generado por los sectores de alta tecnología en nuestro país.

A la vista de estos datos, es evidente que no hablamos de una futura promesa, sino de una realidad tangible en España. Una industria que merece la pena potenciar. Para ello es imprescindible contar con el apoyo, no tanto financiero como operativo, de las Administraciones Públicas, profesionales sanitarios, investigadores y resto de agentes sociales, ya que sin su impulso y su complicidad nos va a resultar muy complicado competir con otros países que ya han apostado por la industria farmacéutica como uno de los sectores que deben liderar su nuevo modelo de crecimiento sostenido a medio y largo plazo, como por ejemplo Reino Unido, Francia o Irlanda.

Por último, y en mi condición de empresario familiar de tercera generación, mi visión es la de ser innovador, como lo fue mi abuelo desde su rebotica de la farmacia de Manresa. Él fue capaz de sintetizar la primera sulfamida y atraer la atención del Nobel Dr. Fleming y sentar las bases de un proyecto empresarial que aún hoy sigue avanzando bajo su filosofía. La visión, decía al principio, construye realidades: me gustaría seguir liderando un proyecto innovador, que refuerce el tejido empresarial nacional y lo eleve al ámbito internacional. Existen oportunidades y debemos aprovecharlas. Es el momento de actuar, de generar alianzas, de formalizar pactos que permitan sumar las habilidades individuales en favor de la sostenibilidad, del progreso y avance de nuestra sociedad, para que nuestros hijos reciban en herencia un país más próspero y más competitivo, en definitiva, un mejor país, un país emprendedor.


http://www.elpais.com/solotexto/articulo.html?xref=20100706elpepiopi_13&type=Tes&anchor=elpepuopi

El nombre de las cosas

FERNANDO SAVATER 06/07/2010

Creo que fue Goethe quien dijo cínicamente que el lenguaje fue dado a los hombres para que ocultasen su pensamiento. En las actuales disputas sobre el Estatut y la sentencia del TC abundan las confirmaciones de su aserto. Por ejemplo, el término "nación". Más allá de los usos técnicos en teoría política, el común de los mortales (y sobre todo de los políticos, que son los más mortales de todos) entiende "nación" bien como una comunidad cultural y afectiva o bien como una entidad política que necesita realizarse en un Estado. Según la primera acepción, las naciones pueden convivir dentro de un mismo organismo estatal (y a veces dentro de una misma ciudad, como en Nueva York) pero según la segunda exigen hegemonía institucional inequívoca en su territorio. Lo malo de ese término aplicado a Cataluña es que unas veces se toma en el primer sentido y otras en el segundo, según conviene. Me temo que la sentencia del TC no despeja la duda confinando la nación en el preámbulo del Estatut, donde no será jurídicamente efectiva pero sí significativamente problemática.

Porque se lea la Constitución a lo ancho o a lo estrecho, España puede ser plurinacional pero no pluriestatal. Como dijo el Guerra (el torero, claro), hay cosas que son imposibles y además no pueden ser. La controvertida sentencia del TC no cierra el paso a lo primero, como dicen hipócritamente algunos, sino a lo segundo, que es lo que ellos precisamente desean. Desdichadamente, este veto necesario -mero instinto político de supervivencia- está formulado con desigual claridad: sin equívocos en el terreno de la justicia, por ejemplo, pero con contradicciones en lo referente a la lengua común, sobre todo en materia de educación. Habrá problemas, ya que no faltan partidos interesados en agudizar lo ambiguo hasta hacerlo insoportable y excluyente. Lo que sin duda no es cierto es que se imposibilite el autogobierno de los catalanes, que lo tienen garantizado como el resto y con el resto de los ciudadanos españoles. Lo vedado -y solo relativamente- es autogobernarse como si fuesen ciudadanos de otro Estado.

También otros usos nominales enmascaran la verdad... reveladoramente. Por ejemplo, decir que el TC es legal pero está "deslegitimado" por la composición politizada que bloquea su renovación. No me parece factible encontrar jueces sobrenaturalmente despolitizados para sentenciar sobre algo tan fundamentalmente político como la Constitución. Ahora bien, puestos a señalar cosas legales pero de legitimidad cuestionable... ¿qué diremos del referéndum del Estatuto, en el que tomó parte solo un tercio del electorado y que sin embargo se considera la voz del "pueblo" catalán? Otro juego de palabras es la afirmación visionaria de Zapatero suponiendo que este Estatuto (o cualquier otro, tanto da) culminará la "descentralización" de España. Como bien le ha recordado Artur Mas, persistirá la descentralización y hasta el descuartizamiento a plazos del Estado mientras los nacionalistas que gestionan y se benefician del proceso sigan siendo imprescindibles, gracias a nuestra ley electoral, para formar mayorías parlamentarias.

También mienten los que manejan las palabras mayores, los nombres sagrados: Cataluña frente a España. No hay tal gigantomaquia. Quienes andan a la greña son los catalanes nacionalistas, que se nutren de antiespañolismo militante y sacan combustible tanto de lo que obtienen como de lo que se les niega, y el resto de sus conciudadanos, que también tienen su corazoncito pero saben que están como nunca y que hay cosas más serias en que pensar. Ahora toca sobreactuar porque se acercan elecciones: de modo que se invierte la fábula, el lobo feroz ocupa la frágil choza y los tres cerditos rugen: "¡Soplaremos, soplaremos y la Constitución derribaremos!". Pero ya verán cómo al final los intereses racionales prevalecen y no es para tanto. Afortunadamente, desde que Berenguer de Entenza y sus almogávares ajustaron las cuentas a los verdugos de Roger de Flor, las "venganzas catalanas" suelen ser ya incruentas...

http://www.elpais.com/articulo/cultura/nombre/cosas/elpepiopi/20100706elpepicul_4/Tes/