ELOGIO DE LA POLÍTICA

FESTINA LENTE

martes, 8 de junio de 2010

La crisis política, la económica y… la intelectual

Carlos M. Gorriarán

Hemos sido el primer partido en diagnosticar que la crisis económica y financiera internacional se iba a agravar en España debido a la crisis política de las instituciones de la Transición, desde la administración de justicia a los pactos de Estado sucesivamente destruidos por el zapaterismo y la mala calidad de la oposición del PP. Por supuesto, quienes ahora se apuntan a nuestra tesis lo hacen sin citarnos e incorporando el error garrafal de considerar que el problema es Zapatero, no el sistema que lo ha llevado a presidir el Gobierno pese a sus múltiples y llamativas carencias. Con un poco se perseverancia no pasará mucho tiempo sin que las engoladas voces del establishment descubran que también en esto tenemos razón –por desgracia-, y pasen a plagiarnos con la desenvoltura y cinismo que les impregna hasta el punto de considerarlos naturales. Pero como de lo que se trata es de conseguir el progreso de algunas ideas que no son ni pueden ser monopolio de nadie, pese a que tengan autoría –aunque no podamos comprobarlo en las hemerotecas, pues nadie roba y oculta ésta más que los medios de comunicación-, demos otra vuelta de tuerca al importante asunto de los orígenes de la crisis en la que estamos metidos (y todo indica que por mucho tiempo). Vamos a examinar brevemente el problema de la crisis intelectual.

Por “crisis intelectual” no me refiero a fenómenos penosos como la elevación de personajes como Pilar Bardem o Suso de Toro a la codiciada pero muy devaluada nómina de los “intelectuales” influyentes, sino a la crisis de los modelos de comprensión de la realidad que han estado de moda. Una crisis de los modelos o paradigmas cognitivos –me temo que el palabro sea ineludible esta vez-, no de los personajes que los representan o popularizan. Yendo al grano, la idea es que el paradigma conocido como “constructivismo cultural” y también por “filosofía de la deconstrucción”, que se remonta a las décadas de los sesenta y setenta y tuvieron su apogeo en los ochenta y noventa del pasado siglo, ha tenido una influencia importante en el alumbramiento de la crisis económica internacional, y desde luego de su versión española agravada.

Tanto el “constructivismo cultural” como la “filosofía de la deconstrucción”, denominaciones que agrupan un número variopinto de corrientes y tendencias, tienen en común dos grandes principios: uno, que las ideas, creencias y valores son fenómenos surgidos de construcciones culturales variables, y dos, que lo que se llamaba “realidad objetiva” o “verdad” es una ficción mantenida por una narrativa académica puramente instrumental. El recientemente fallecido Richard Rorty, filósofo estadounidense liberal, sostenía que la filosofía sólo se diferenciaba de la literatura en ser la ocupación habitual de una clase especial de académicos llamada “filósofos” (a la que pertenecía), pero que no producía nada objetivo ni verdadero aparte de un pasatiempo agradable (con algún valor menor como la ironía compasiva). Por su parte, Michel Foucault refundó las ciencias sociales en torno a una visión de los fenómenos culturales donde la sexualidad, las enfermedades psíquicas, las instituciones políticas o el lenguaje mismo no eran sino manifestaciones históricas de diversos aparatos de poder y dominación social. Y como cualquier estudiante de humanidades sabe –perdón, debería saber…-, Foucault y Rorty han sido dos de los personajes claves de la cultura de los últimos treinta años, comparables a Heidegger y Sartre para la generación anterior.

La popularización de este modo de ver las cosas ha tenido dos consecuencias importantes: una, la extremada dilución o laxitud de los conceptos emparentados de “realidad”, “objetividad”, “ciencia”, “verdad” y “conocimiento” –nombres de otras tantas ilusiones-, y dos, el auge paralelo de diversas formas de relativismo. En efecto, si todos los conceptos e ideas fundamentales son cosas relativas e indemostrables, si no hay verdad intersubjetiva alguna, es fácil colegir que todo es relativo: de ahí la proliferación de los relativismo cognitivo, lingüístico, cultural y ético que postulan que los conocimientos e ideas, el lenguaje, la cultura o la ética no responden a universales categóricos o verdades de ninguna clase y que sus variedades son, por tanto, incomparables entre sí y no pueden juzgarse mediante algún tipo de evaluación racional objetiva; todo lo más podemos resolver si un sistema es más “útil para algo” que otro, que diría Rorty. Pero la marea no se detuvo al llegar al mundo de las humanidades, las ciencias sociales y la filosofía pues, como no podía ser de otra manera, también produjo relativismos de significado político, económico y comunicacional.

El relativismo político está perfectamente representado por Zapatero y sus socios: actúa como si lo único importante fuera alcanzar y conservar el gobierno, aunque para conseguirlo se destruyan las instituciones –la propia Constitución- o contratos sociales no escritos como la confianza, un valor emocional indispensable para la democracia (de lo que han tomado buena e inmisericorde nota los mercados internacionales: un país sin confianza es un país del que se debe desconfiar). No es extraño, sino obligado, que Zapatero se haya entendido tan bien todos estos años con los nacionalistas, tan bien nutridos por el relativismo cultural, o con el feminismo de género… Reparemos ahora en el relativismo comunicacional: no es otra cosa que la supresión de toda distinción cognitiva y deontológica entre opinión y noticia, hechos y ficción. Este es el periodismo dominante a la sazón cuyo paradigma es el tertulianismo, más empeñado en determinar el futuro reinterpretando incesantemente el pasado que de informar sobre la realidad del presente: para entenderlo, bastaría con leer las ediciones dominicales de ayer de El País y El Mundo, por ejemplo.

Y nos queda el relativismo económico: como es fácil suponer, se parece a los otros. Sostiene que conceptos como los de “producción”, “bienes” o “riqueza” son entelequias carentes de amarre material u objetividad, en todo caso datos contables. Así, grandes estafadores como Madoff y sus muchos compañeros –estudiados como modelos a imitar en las más exitosas escuelas de negocios- se convirtieron en alabados magos de las finanzas a base de inflar e inflar expectativas insensatas sobre el valor de todo tipo de “activos” –financieros, inmobiliarios, tecnológicos- que resultaron ser simples y vacuas burbujas infladas por esta insensatez de fondo: si la economía es un epifenómeno imaginativo y narrativo como otro cualquiera, ¿qué diferencia hay entre la estafa y la audacia imaginativa?: sencillamente ninguna o sólo la que establezca un tribunal cuando los autores acaben en el banquillo (si acaban). Lo que importa es si esta “economía” ha permitido ganar muchísimo dinero a algunos…

Habrá que dilucidar por qué nuestro país se ha puesto a la cabeza de todas las tonterías nocivas surgidas de este modelo intelectual, completamente fracasado. Porque hemos sido y somos los más ricos en relativistas económicos, políticos, culturales y morales de Occidente. Es muy posible que la debilidad de nuestra educación, unida a la multisecular admiración por la picaresca y regadas ambas debilidades por una insolente lluvia de dinero fácil en forma de crédito ilimitado haya producido este monstruo político-cultural. Quede esto para otro día.

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