12.09.2010 - FLORENTINO FELGUEROSODIRECTOR DE LA CÁTEDRA DE CAPITAL HUMANO Y EMPLEO DE FEDEA
Una de las medidas más discutidas durante la tramitación de la reforma laboral ha sido el recorte del período de desempleo en que nuestros parados pueden rechazar participar en un curso de formación sin ser penalizados. Se ha pasado de 100 a 30 días. Esta medida ha generado una fuerte polémica.
Para unos es una medida necesaria. Si los parados no encuentran empleo es porque les falta formación y no deberían esperar más tiempo sin adquirirla. Además, los parados no se pueden desenganchar de la actividad laboral. La duración del desempleo es un estigma que dificulta la salida del mismo y nada mejor que un buen curso de formación para salir adelante.
Para otros, supone poner el foco sobre los desempleados, echarles la culpa de su situación laboral, ya de por sí desesperante. La percepción de la prestación por desempleo es un derecho por el cual se ha contribuido y cada uno es responsable de su propio reciclaje; no debería obligarse a participar en cursos de formación. Además, se trataría de otra estrategia del Gobierno para maquillar aritméticamente el número de parados, que dejarían de contabilizarse como tales, sin que por ello hayan salido realmente de la situación de desempleo, ni hayan dejado de desear encontrar un empleo.
Evaluar una medida de este tipo supone responder al menos a tres preguntas.
La primera: ¿Mejora la formación ocupacional realmente las perspectivas laborales de los parados? ¿Salen más pronto y en mejores condiciones (por ejemplo, consiguen mejores contratos, un mayor salario)?
En segundo lugar: aunque la formación ocupacional no ayudara a salir del desempleo, ¿podría tener otros efectos positivos, como mejorar la autoestima, ampliar el abanico de empleos a los que se tiene acceso, y, en definitiva, reducir la probabilidad de desenganche laboral?
Y, finalmente, ¿es cierto que percibir una prestación por desempleo hace que los parados, no sólo no busquen activamente, sino que cuanto más tiempo pase desde su última experiencia laboral, mayor depreciación de su capital humano y más difícil salir del desempleo?
Quien espere una respuesta afirmativa estas tres preguntas, cabe responderle que difícilmente se pueden hacer aseveraciones de este tipo sin evidencia empírica. Para cada una tendría una contrapartida. Por ejemplo, tener un currículum con una sucesión de certificados de formación ocupacional también podría constituir un estigma, en función de cómo los valore el mercado. Por otra parte, las políticas activas de empleo, y, en especial, los cursos de formación ocupacional, también pueden tener efectos negativos sobre la oferta. Se deposita la confianza en el sistema y se reduce la intensidad de la búsqueda de empleo, aumentando la duración del paro. Finalmente, con los tiempos que corren para la caja pública, también se debería comprobar si resulta más eficiente centrar la atención en los parados de corta o larga duración, y sobre cómo afecta la duración del paro a la productividad.
A la hora de evaluar estas cuestiones en España, analizar de qué estudios disponemos, nos encontramos con muy poca evidencia empírica. Sí que existen estudios sobre los efectos de las prestaciones sobre la duración del paro. Suelen decirnos que aquellos parados con prestaciones tardan más en salir del paro.
Pero, poco, muy poco sabemos sobre los efectos de la formación ocupacional. ¿La razón? La ausencia de datos, en parte originada por nuestra grave falta de cultura evaluadora, no sólo de las políticas de empleo, sino también de las políticas económicas en general. Evaluarlas, también supone evaluar a las administraciones que las han promovido y gestionado; de ahí sus reticencias a ceder datos. Sobre formación a parados o a empleados, prácticamente no dispondríamos de ningún dato, y menos reciente. Por las encuestas disponibles, sin embargo, sí podemos llegar a algunas conclusiones sobre la formación que adquieren nuestros parados.
1) En comparación con la mayoría de países de la UE-15, la proporción de parados que adquieren formación no reglada (por ejemplo, la que ofrecen los Servicios Públicos de Empleo) es muy pequeña. Estamos en el furgón de cola, con nuestros vecinos mediterráneos.
2) También sabemos que el gasto en formación por parado es ridículo cuando lo comparamos con países como Francia o Alemania. Preferimos gastar nuestro dinero en subvenciones al empleo, para las que sí tenemos evidencia de que ni crean empleo y menos de calidad. Sabemos, también, que
3) la proporción de desempleados formados durante la crisis ha caído, aunque haya ahora más necesidad de reciclaje y también más tiempo disponible para la formación debido al paro de larga duración;
4) que aquellos parados con más necesidades de formación, los que tienen menor nivel educativo, prácticamente no se forman, y todo lo contrario con nuestros parados universitarios.
5) que la formación ocupacional cae dramáticamente con la edad, no pudiendo pues aliviar ni los problemas de reinserción laboral de quienes más se hayan podido depreciar a lo largo de la vida laboral ni la bolsa de desempleados de edad laboral avanzada. Y, finalmente,
6) que aquellas comunidades autónomas con mayor tasa de paro, también forman proporcionalmente menos a sus parados.
En definitiva, creo que la medida incorporada a la reforma laboral de recortar el período de paro para aceptar una oferta de formación ha levantado demasiada polvareda. Si nuestros gestores siguen creyendo (y así lo deberían hacer en mi opinión), que la formación ocupacional puede ser un instrumento potente para salir de esta crisis con buen pie, mejor no esconder el polvo debajo de la alfombra. Habrá que inyectar probablemente más recursos al sistema y sobre todo replantear los colectivos que se han de priorizar. Pero antes, más transparencia, por favor. Liberen los datos y evaluemos el sistema, intentemos mejorar su gestión.
http://www.elcomerciodigital.com/prensa/20100912/opinionarticulos/parados-formacion-20100912.html
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