ALICIA ÁLVAREZ Por qué pagar por algo si se puede tener gratis?  Francamente, por mucho que se empeñen algunos no creo esa sea la pregunta  adecuada para hablar de la Ley Sinde. Sin embargo, desde que la disposición  contra las descargas en Internet de la ley de Economía Sostenible fue tumbada en  el Congreso de los diputados el pasado martes, parece que los defensores de esta  norma no encuentran otro argumento para explicar por qué muchos ciudadanos  descargan archivos sujetos a derechos de autor en la Red. Pero lo siento,  disiento, no creo que sea una cuestión de gratuidad, sino de cuánto estamos  dispuestos a pagar por la calidad, y ojo, también por la rapidez. Lo quiero  ahora, lo quiero ya y quizás no lo quiera guardar. ¿Cuánto me cuesta eso? ¿16  euros? Esa sí es una buena pregunta. Pero hay muchas más. 
Por ejemplo,  ¿por qué las películas, las series de televisión o los discos se devoran en  estos nuevos canales como cualquier otro producto de usar y tirar? Y aquí la  respuesta va más allá de la corruptibilidad del formato digital. La cultura se  consume como cualquier otro bien porque también se rige por la oferta y la  demanda, pero sobre todo, porque es el resultado de una determinada política  cultural. La misma a la que le importa un bledo cargarse las asignaturas de  plástica y música en los planes de estudio, la misma que tardó años en dar el  rango oficial a los estudios de teatro o danza, la misma que emite programas  como Operación Triunfo o Mira quien baila en la televisión pública haciendo  pensar a miles de jóvenes que ser cantante es lo mismo que triunfar. 
Sí,  la cultura se consume, se devora y se desecha porque el formato digital lo  permite y porque las multinacionales invierten en la creación de productos  musicales y no en la búsqueda de nuevos talentos. Porque los medios promocionan  solo lo que se vende y las grandes superficies venden solo lo que se promociona  en los grandes medios audiovisuales. 
Pero hay otras preguntas necesarias  para saber por qué alguien prefiere descargar a pagar. Por ejemplo, ¿Por qué los  pequeños autores no han salido en los medios para defender la Ley Sinde? ¿Por  qué solo lo han hecho nombres como Alex de la Iglesia, Javier Bardem o Alejandro  Sanz? Pues sencillamente, porque los pequeños autores no viven de vender sus  obras. Ni ahora con la piratería, ni antes de ella. Los pequeños autores como  los músicos viven de sus directos y ahí tienen otra pregunta ¿por qué? Pues  porque las instituciones públicas no cuidan la producción cultural y el mercado  no deja espacio para otras propuestas que no sean las de Bardem o Alex de la  Iglesia. Con suerte y un buen contrato, los músicos podrán percibir un 10% del  precio final del disco que habrá engordado desde su creación hasta su venta  tanto como un pavo de Navidad. El 90% restante divídanlo entre todos los  intermediarios implicados en una cadena de producción (fabrica, distribuidor,  puntos de venta, discográfica?) que al cambiar el formato del contenido, de  físico a digital, sencillamente tiene que menguar. Y es que Internet, lejos de  suponer una amenaza para estos pequeños creadores que confeccionan el patrimonio  cultural de un país, será en la mayoría de los casos una de las pocas  herramientas que tengan para difundir su creación y lograr la visibilidad que  los grandes medios y multinacionales reservan, hasta para la queja, a Bardem y  compañía. 
Pero que nadie se equivoque, esta no es la cruzada de los  autores contra los usuarios de estas páginas web. Esto es una lucha de la  industria cultural contra el nuevo escenario que ha dibujado el desarrollo de  las tecnologías de la información y de la comunicación. Un sector que se resiste  a cambiar su modelo de negocio, qué se resiste a dejar de obtener beneficios  millonarios. Porque señores, hacer un CD está tirado y sin embargo, en las  tiendas, cuesta como poco 16 euros. Eso es lo que se está debatiendo Si el  precio se ajusta o no a los costes de producción, no si el autor tiene o no que  percibir sus derechos. Solo un desalmado, un insensato o un provocador podría  decir que no quiere que el autor gane ni un céntimo por su trabajo. La ley  tendrá que regular esta situación y la industria idear negocios rentables como  Spotify. 
Ahora bien, ¿qué hay de todas esas personas que trabajaban en  esa cadena de producción? Pues igual tienen que hacer como la mayoría de los  creadores en este país; trabajar por amor al arte. Porque la cruda realidad es  que la mayoría de los músicos tocan los fines de semana en su descanso laboral,  los actores ponen copas en los bares para pagar el alquiler y los escritores  trabajan de correctores en editoriales. Sí, está claro que se necesita asegurar  que los autores perciban sus derechos, pero eso no hará que sigan creando. Eso  solo se asegura con una buena política cultural.
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