Una hipótesis sociológica describe cómo a partir de los años sesenta la televisión impactó en un sistema cultural, el español, cuyo grado de analfabetismo era aún profundo y extendido. Caso distinto del francés, el inglés o el alemán, donde la alfabetización se había producido en la compañía de los periódicos y donde la televisión hubo de acomodar su oferta a las necesidades de un público más vigoroso y exigente. La hipótesis contribuye a explicar algunos rasgos decisivos, tanto de los periódicos y de la televisión españoles como del superficial desarrollo de un sistema cultural fagocitado por la televisión.
A mi juicio, la situación está ahora repitiéndose. La explosión digital ha impactado sobre un tejido cultural más frágil y minoritario de lo que se creía. La inmensa oferta de ocio digital, gratuita por derecho o contra él, ha reducido los consumos hasta ahora tradicionales y los ha situado al borde de la quiebra. Lo interesante, y más temible, es lo que internet ha puesto en evidencia: algunas presuntas formas de consumo cultural eran exactamente lo que indicaban nuestros sarcasmos. Es decir, se compraban periódicos para solo leer sus titulares y hoy esos titulares viajan gratis en miles de formatos. Se compraban libros como mero acto de prestigio social y hoy el libro, desde el punto de vista del estatus, ya no significa nada. O sí: ácaros y otras complicaciones del tipo si quieres ser feliz y comer perdices no analices, muchacho, no analices.
Lo que yo quiero saber ahora es si la cultura va a recibir el mismo trato que la agricultura. Si como en el caso de tantas plantaciones de frutales el gobernante va a decir, ante los libros y periódicos desolados, que aunque nadie los coja el paisaje —moral— importa.
(El Mundo, 22 de septiembre de 2011)
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