Jorge J. Uría
25 de marzo de 2010
Colectivos desfavorecidos y masas de población nada desdeñables que sufren en carne propia injusticias, indiferencia y abusos de todo tipo, hay más de lo que cualquiera en su sano juicio desearía, y aunque se ha mejorado mucho en el respeto a la dignidad de las personas y en el reconocimiento de sus derechos siempre queda, y quedará, camino por recorrer. Entiendo, por tanto, que quienes se dedican a los asuntos públicos, a la política, buscan el interés general, o por lo menos así debería ser. Hacer visibles los desequilibrios y demandas de quienes viven en inferioridad de condiciones para que todos seamos conscientes de su realidad, forma parte de los distintos procesos de integración que los ciudadanos debemos apoyar. Hasta aquí la teoría porque, si el movimiento se demuestra andando, la justicia y la igualdad solo se hacen visibles si somos justos e iguales. De nada sirven las palabras prefabricadas al servicio de políticas que buscan imponer criterios ideológicos, dogmas de fe que justifiquen la puesta en marcha de una ingeniería social de escasos resultados para el bien común, el de todos y todas.
El Ayuntamiento de Gijón apuesta fuerte por la plena integración de las mujeres en el ámbito laboral, nadie puede oponerse a ello y menos si atendemos a los diferentes estudios que reflejan la desigualdad salarial y de contratación que muchas mujeres sufren en el sector privado, pero una cosa es hacer visible un problema que afecta a una parte de la ciudadanía y otra imponer normas de conducta claramente discriminatorias hacia los hombres por muy positivas que sean. Lo que el Gobierno Municipal de la Villa quiere hacer con su Carta Local por la Igualdad, no solo ni se plantea lo que dice querer conseguir, sino que además con las medidas que propone trata a las mujeres como si de una especie que requiera especial protección se tratase, olvidando que muchas son profesionales de prestigio, empresarias de éxito, funcionarias de carrera que han conseguido su plaza con nota, y amas de casa que se dedican al hogar renunciando ellas y sus maridos a un sueldo porque así lo han decidido libremente. Es verdad que no he mencionado a las que trabajan por cuenta ajena para empresarios sin demasiados miramientos por la igualdad de género, quizá porque aquellos que discriminan a la mujer por su condición de tal, también abusan del tiempo del empleado joven o cobran la subvención por la contratación de un discapacitado al que luego ningunean.
Hay demasiado interés por ver las carencias de nuestro mercado laboral y estructura social desde una perspectiva de género cuando lo que realmente se necesitan son profundas reformas que nos permitan compaginar a todos el trabajo con la familia, políticas que fomenten la natalidad y acaben con el empleo precario y de baja calidad. Claro que para llevarlas a cabo se requiere compromiso, esfuerzo y altura de miras, carencias que atesoran quienes mantienen el tinglado a base de consignas y apuestas facilonas como apelar a la guerra entre sexos, o la dominación machista del sistema. ¡Ah!, y como gijonés quiero que para mi Ayuntamiento trabajen los y las mejores, y si requiere de bienes y servicios externos, que los contrate con la empresa que mejor relación calidad-precio ofrezca, así de fácil.
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