El presidente del Principado presentó a Asturias en el hotel Ritz de Madrid hace bien poco, ante la élite económica y financiera española, como una de las regiones que mejor está superando la crisis y de las que más ha logrado progresar en los últimos años. Idéntico mensaje está proclamando estos días en su gira caribeña. No es precisamente triunfalismo lo que necesita Asturias en estos momentos sino seriedad.
A día de hoy, cuenta la región con la población activa más baja del país. En ningún otro lugar como aquí hay tan pocos ciudadanos trabajando o buscando empleo. Esta enfermedad, que no es nueva, lleva camino de convertirse en crónica, y no por ello más soportable. Hay 83.600 parados registrados en las oficinas de empleo. Y también 260.000 pensionistas, o lo que es lo mismo, uno de cada cuatro asturianos, según datos de Hacienda. Teniendo en cuenta que el número de trabajadores se acerca a los 500.000, la proporción es de casi un jubilado por cada dos cotizantes.
El 15% del producto interior bruto (PIB) regional, 3.800 millones de euros, llega gracias a las transferencias que hace la Seguridad Social mes a mes en forma de prestaciones. Ninguna otra comunidad autónoma presenta un grado de dependencia semejante. Quienes, por aportar un enfoque positivo, tienden a ver en tanta abundancia de pensiones el balsámico beneficio de unas rentas seguras -y un mantenimiento, artificioso, del poder adquisitivo- se conforman con la rebanada de pan para hoy y son ciegos al hambre que aguarda mañana.
Se vistan los números como se quiera, ya no es sólo que se atisben fundadas dudas sobre si el régimen de las pensiones y otras conquistas del Estado del bienestar, como una sanidad universal, de calidad y gratuita, son viables. Es que, a este devastador ritmo, cabe preguntarse directamente si la economía asturiana resulta sostenible de no volverse más activa, de no ganar en músculo.
El problema no es el número de jubilados sino la escasez de empleos. Algunos especialistas ponen números al esfuerzo que se necesita y calculan que la región tiene que crear cien mil puestos de trabajo -los mismos que logró recuperar tras el duro recorte de su industria a finales del pasado siglo- para equipararse a las zonas más desarrolladas. ¿Qué estamos haciendo a toda velocidad para conseguirlo? ¿Tenemos poca población activa porque nuestra economía es pequeña o nuestra economía es pequeña porque tenemos poca población activa? Ahí están los retos.
Si un día el Principado fue «inilandia», por la excesiva e insana influencia de la empresa pública, no debería convertirse ahora en «jubilandia» por el desproporcionado peso de las clases pasivas. Sería, además, injusto. Como en el caso de las tan traídas y llevadas balanzas fiscales, que algunos rentabilizaron al máximo con el nuevo modelo de financiación autonómica, no cabe una interpretación territorial de estos datos. La base de nuestro sistema de pensiones es la solidaridad entre los individuos, nunca entre las regiones.
A agrandar los desequilibrios contribuye un déficit demográfico sin parangón en Europa. Lejos de despejar el horizonte, todos los estudios de prospectiva coinciden en destacar la velocidad de vértigo a la que envejece Asturias. En 2018 habrá, según un estudio de la Universidad de Oviedo, 1,8 trabajadores de 35 a 54 años por cada uno de entre 15 y 34 años. Traducido a cifras absolutas: por esas fechas contaremos con 23.000 asturianos más mayores de 65 años y 50.000 jóvenes menos, con todos los costes añadidos y desventajas que ello supone. También oportunidades. Si las cosas se hacen de otra manera y la actividad se vigoriza, hay una posibilidad de rescatar a la generación de asturianos mejor formada de la historia y obligada a ganar lejos su sustento.
La amputación radical, miles de puestos, para reducir el tamaño de empresas ineficientes se abordó con paz social y sin traumas durante la reconversión gracias a las prejubilaciones extensivas. El mecanismo hizo escuela y se usó perniciosamente desde entonces como un recurso más de ajuste, no sólo en ocasiones excepcionales. El resultado de esa política, en fin, aflora en la descompensada estructura laboral asturiana.
Decir la verdad y hacer lo que es necesario, aunque duela, son los ingredientes que nutren el buen liderazgo. La economía asturiana se ha mostrado frágil. A los primeros soplidos de la crisis se tambalea como todas. Para que los sectores críticos de antaño regeneren y otros crezcan como alternativa algunos pilares están colocados, pero queda mucho edificio por levantar.
Lo malo no es que haya jubilados, sino que sus hijos carezcan de oportunidades. Evitarlo supone que en Asturias arraigue otra cultura. Que aumente el número y el tamaño de las empresas viables. Que más personas se lancen a la aventura de emprender. Que los asturianos se muevan y salgan a comerse el mundo. Para que brote el capital social asturiano no hace falta sobrecargar el erario y regarlo todo con subvenciones porque todas las deudas, incluso las de las administraciones públicas, hay que saldarlas. A veces basta, sencillamente, con eliminar trabas innecesarias y dejar de estorbar.
http://www.lne.es/opinion/2010/04/18/region-puestos-trabajo-hijos-jubilados/902529.html
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