Aun así, eso no me impide dejar unas cuantas notas rápidas – un decálogo, digamos, para alcaldes intentando hacer algo para intentar sacar a su ciudad de la crisis. Veamos:
- No hay soluciones universales: no hay recetas mágicas. No hay una estrategia de desarrollo, parque industrial, actividad económica o invocación shamánica que vaya a funcionar en todas partes. No hay un “sector de futuro” que funcione mágicamente en todas partes. Más que en ninguna otra administración pública, la geografía manda, y cada municipio es un mundo. Si alguien te da una solución que sirve para un roto y para un descosido, no sabe de lo que está hablando.
- Conoce tu municipio: antes de empezar a dibujar líneas en un mapa, lanzar proclamas y hacer grandes planes, piensa en cómo es tu ciudad. Qué industrias tiene, qué servicios ofrece, dónde está, y quién trabaja y duerme en ella. Parecerá una tonteria, pero cuando uno escucha a tipos en medio de ninguna parte que quieren construir estudios de cine, atraer laboratorios de biotecnología o construir un aeropuerto internacional alternativo al recién renovado cuarto hub europeo, más vale que lo recordemos.
- Piensa a largo: la paradoja de la política local es que si bien tus decisiones afectan a (relativamente) poca gente, sus consecuencias pueden alargarse en el tiempo durante décadas, incluso siglos. Cuando Haussman decidió cargarse un montón de casas en París para construir sus avenidas, ese legado está ahí, escrito en piedra, durante muchos, muchos años. El urbanismo y las políticas de uso del suelo no son cosa de experimentos; una vez te has cargado un barrio, este no va a volver. Cualquier cambio, política o decisión que se tome tiene que durar décadas. Más vale ir con cuidado.
- Menos es más: los grandes proyectos pueden ser muy atractivos y populacheros, pero no son necesariamente la mejor opción. Dejando de lado el hecho que una autopista, megalito o megabarrio en el sitio equivocado está ahí para quedarse, a veces es mucho más efectivo hacer cosas menos vistosas pero más directas. Una red de guarderías públicas, aumentar el parque de oficinas o (cielos) mejorar el sistema de autobuses municipal puede dar retornos mucho mayores que un megamuseo de arte moderno.
- Recicla, recicla, recicla: una ciudad es, básicamente, un montón de inversiones y capital apilado en un determinado territorio. Las calles, edificios, cloacas, centrales eléctricas, colegios, bibliotecas, comercios y naves industriales son el resultado de años y años de gente poniendo dinero en la zona, así que más vale aprovecharlo. A fin de cuentas, una de las ventajas de ser una área urbana es que tu tienes todos estos cachivaches ya construidos que otros aún no se han comprado. Un alcalde con dos dedos de frente debe empezar intentando aprovechar todos esos edificios, recursos y cachivaches que están por ahí sin utilizar. Los nuevos barrios, edificios nuevos y megalitos a mayor gloria de uno mismo es lo que construyes cuando ya has utilizado todo lo que tienes. Esto incluye, por cierto, explotar las infraestructuras que ya tienes. España tiene un montón de carreteras y líneas de ferrocarril infrautilizadas. Piensa en explotarlas.
- Explota lo que haces bien: si tu ciudad es famosa por producir los mejores jamones de Castilla, déjate de historias – lo que tienes que hacer es producir jamón. Aunque parezca mentira, no todo el mundo tiene que ser una sociedad de conocimiento lleno de gente creativa, un centro de producción aeroespacial, un centro de investigación avanzada o el nuevo centro del diseño postmoderno. Hay regiones que hacen cosas más bien poco espectaculares excepcionalmente bien por un motivo u otro (geografía, mano de obra, path dependence) y más vale que se dejen de historias y se concentren eso. Si es jamón, jamón, si es queso, queso, y si es discotecas llenas de alemanes chutados de LSD… bueno, pues eso.
- Pero evita el monocultivo: si la economía de tu región hace una cosa, piensa en un plan B. O más concretamente, no pienses en un plan B; más bien asegurate que todo lo que haces no sea ayudar a lo presente y poner las cosas difíciles a cualquier industria nueva. Recuerda, por encima de todo, que no eres el más listo del mundo -planificar demasiado acaba por crear elefantes blancos.
- Entiende qué es innovación: lo repito a menudo – el motor de la innovación de la economía española no es “el nuevo Apple”. Es Mercadona o Inditex. El avance tecnológico no sigue el modelo Edison de un tipo trabajando en un garaje y descubriendo algo maravilloso. Es más parecido a un montón de empresas añadiendo pequeñas mejores a alguna cosa aparentemente chapucera y no demasiado high tech y arreglándoselas para producir el cacharro o ofrecer un servicio gastando menos dinero. Fabricar ropa más rápido que nadie. Cambiar el aceite del coche más rápido que nadie. Vender hamburguesas mucho más deliciosas al mismo precio que la cadena de restaurantes local. Un alcalde no tiene que buscar inventores, sino ingenieros especialmente tacaños.
- No tengas miedo a ser un segundón: ser el suburbio más apetecible para gente de clase media y empresas no especialmente famosas del áerea metropolitana de Barcelona o Madrid es un plan perfectamente aceptable. Apostar por ser el centro de servicios agrícolas del Aragón oriental (con fácil acceso a Madrid y Barcelona vía ferrocarril) puede no sonar como algo revolucionario, pero es una buena idea.
- Métricas, métricas, métricas: cuando piensas en desarrollo local, ponte métricas claras. Recoge datos. Consigue estadísticas precisas. Gasta dinero en ello, si es preciso. Quieres saber si lo que haces está funcionando (¿baja el paro? ¿más comercio? ¿más riqueza? ¿menos crimen? ¿mejores escuelas? ¿más producción científica? ¿más producción artística?), sin estimaciones, señalar a bonitos edificios (“éxito: tenemos un museo diseñado por Isozaki”) o perroflautismo variado
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